TIEMPOS MODERNOS
Querida Eloísa:
Imagino que aún recordarás mis palabras: “Somos jóvenes, mi amor, o podemos fingirlo”. Siempre te lo dije, pero te esforzabas en desmentirme, haciendo coincidir torpemente tu edad cronológica con esa otra que solo depende de la mirada ajena.
Yo, en cambio, optaba por lo contrario, y traté que me comprendieras y apoyaras. Y que imitarás mi sabio ejemplo, obviamente. Es que jamás entendí esa maldita necesidad de mostrarse como se es, sin más, como si no existieran métodos para estar (o al menos parecer) mejor de lo que realmente se está.
No quisiste acompañarme en mis aplicaciones de botox, ni con las lipoaspiraciones, ni en las sesiones de eutonía, reiki y Mindfulness. Jamás pude contar contigo para ir a los conciertos de Imagine Dragons, de Dua Lipa, de Travis Scott ni de Billy Eilish; es que llegaste hasta The Cure y ahí te has quedado.
Cuando yo asistía a las clases de Feng Shui a las que también te invité, tú preferías quedarte en casa leyendo novelas de Pérez Galdóz, ni siquiera de Pérez Reverte, que ya sería algo. Mientras yo me esforzaba en aprender (y en transmitirte) las mejores recetas de las últimas tendencias en cocina étnica y vegana, a ti no había quien te sacara de las jodidas pastas, de la cazuela de mariscos y la carne vacuna achicharrada como le gusta a los necios ignorantes. Y todo así.
Disculpa si esto te parece apenas una enumeración de reproches. Solo pretendo que entiendas que en incontables oportunidades me sentí muy solo, y a veces creí no tener pareja. Sí, porque compartir la cama y poco más no alcanza. Lo que me duele especialmente es que no hayas comprendido mis ingentes esfuerzos por achicar la absurda brecha entre mis apenas sesenta y pocos años y tus algo menos de treinta. Hice todo lo que pude, y más, para no perderle pisada a los tiempos que corren, como una manera de acercarme a ti. Pero nada te importaba; seguías en tus rutinas eternas, con gustos arcaicos y vulgares y esa inexplicable manía de dejar que los años te caigan encima uno a uno sin oponerles resistencia, mientras yo descubría otros mundos, otros placeres y le torcía el brazo al tiempo. O eso pensaba; confieso que el hecho de haberme quebrado las dos piernas, un brazo, la mandíbula inferior y siete costillas practicando Kite-surfing me hizo dudar un tanto de mis aptitudes para ciertas cosas hoy en boga. Pero no pienso desistir, si bien dice mi médico que ni se me ocurra volver a calzarme los patines en línea, por ejemplo, so pena de quedar parapléjico con el siguiente golpazo. Ya veremos.
Lo cierto es que te extraño, no puedo negarlo, pero tampoco podíamos seguir así. Por eso te escribo: tuve la sensación de que no te quedaron claros los motivos de nuestra separación. Y digo “los motivos” porque no creo que sea solo uno. En honor a lo mucho que nos quisimos, creo muy importante aclararlo todo.
Veamos: el principal, desde mi punto de vista, ya lo expuse; tu contumaz rechazo a lo nuevo y bueno que yo prefiero. Pero hay más, y ya es tiempo que nos quitemos las máscaras. Supe que, aprovechando mi convalecencia por el accidente, comenzaste a verte con un anticuario que conocías desde tus épocas escolares. Pues te digo que me parece muy apropiado; si sigues con esos hábitos, pronto él podrá considerarte como uno más de sus artículos. No te ofendas, debía decírtelo.
Nueva vieja vida
Pero fíjate que después de todo me importa menos de lo que pensaba, ya que yo también estoy encontrando consuelo rápidamente. Resulta que, con esto de tener que estar inmovilizado por una temporada, aproveché para hacerme algunos tatuajes y varios “piercings” que había postergado por falta de tiempo. Recuerdo que cuando te hablé de eso te reíste de mí y alcancé a escuchar que murmuraste algo como: “¡Que viejo ridículo!”. Pero bueno; no se puede esperar otra cosa. En cambio, te cuento que el tatuador vino con una asistente encantadora. Tiene 20 años (aunque parece de 17) y es lo que se dice una chica de hoy. Fue vernos y gustarnos endemoniadamente. Dice que yo le recuerdo a su padre muerto cuando ella tenía ocho años, pero sé que eso es una forma de coquetería: no quiere reconocer que está chiflada por mí. Y yo por ella, te lo confieso. Por lo pronto, cuando su jefe el tatuador terminó el trabajo, dibujándome y perforándome las pocas zonas del cuerpo libres de vendas y yeso que me quedan, ella siguió viniendo, y compartimos largos paseos en los que empuja amorosamente mi silla de ruedas. Me recuerda mucho a aquella hermosa escort de lujo de Caballito con la que una vez te propuse hacer un trío, cuando intenté convencerte de lo maravilloso que es experimentar con la sexualidad y tener una pareja abierta. Aún tengo la marca del florero que me partiste en la cabeza…
Le he prometido que apenas pueda moverme con más libertad iremos a todas los bares de la movida actual, a ver todos los conciertos de música electrónica que se nos pongan por delante y practicaremos todos los deportes de riesgo que nos de la gana, mal que le pese a mi médico. Y aceptó encantada, porque sabe donde está lo bueno.
De manera que no tienes por qué preocuparte: estoy muy bien, y espero que también lo estés con tu anticuario. Pero cuidado: si un día vez que intenta ponerte un número de inventario en la espalda, no vayas a enojarte. Significará simplemente que te valora como lo mereces.
Por lo pronto, yo volveré a llamar a la escort de lujo de Caballito, porque sé que mi nueva pareja admitirá y disfrutará lo que tú despreciaste torpemente, apenas hagamos ese crucero por la Polinesia que me pidió. Estoy seguro de que no me negará nada.
Bueno, te mando un gran saludo, y ya nos veremos cuando nos veamos.
Efraín